
Cristo nos da la luz para verlo a Él y ver a nuestros hermanos con amor
¿Tenías miedo a la oscuridad cuando eras un niño? ¿Quizás ahora también? Incluso para aquellos que nunca hemos tenido que lidiar con la ceguera, las imágenes de la ceguera y la recuperación de la vista, así como de la luz y la oscuridad, tan presente en las escrituras, nos llegan cerca del corazón. Una vez más, este domingo, tenemos un largo pasaje del Evangelio de San Juan (9, 1-41), esta vez la serie de diálogos relacionados con la curación del hombre ciego de nacimiento. También leemos, en cuenta de la primera lectura de la vocación de David (1 Samuel 16), de la importancia de ver como Dios ve. En la segunda lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (5, 8-14), leemos acerca de nuestra identidad como “hijos de la luz”. Quizás todas estas lecturas podrían resumirse en pocas palabras: Jesús abre nuestros ojos para que podamos ver quién es Él realmente, el Hijo del Hombre, y al verlo poder creer en Él y seguirlo. Entonces, con los ojos abiertos, podemos ver a los demás como Dios los ve y podemos caminar en la luz como Dios quiere que caminemos.
En la mentalidad judía, los defectos físicos, especialmente esas graves desventajas como la ceguera, se veían como la consecuencia del pecado personal, y por lo tanto el pasaje del Evangelio comienza con la pregunta y la respuesta: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” Jesús le respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios.” La curación de este hombre se llevará a cabo, para que Jesús sea revelado como la “luz del mundo”. ¿No es un reto para nosotros ver todas las dificultades en nuestras vidas como una oportunidad para dar gloria a Dios?
Más tarde, después de que Jesús pone el barro en los ojos del hombre y le devuelve la vista, los fariseos, molestos por esta curación en el día sábado, interrogan primero al hombre, entonces a sus padres y luego al hombre de nuevo, queriendo encontrar manera de atacar a Jesús. Les invito a leer este pasaje cuidadosamente, especialmente si en su parroquia se escoge la opción pastoral de leer una versión abreviada de este evangelio. Hay momentos de valentía, cobardía, temor y aun de humor en este pasaje.
La visión física se convierte en visión espiritual cuando Jesús le pregunta al ciego de nacimiento: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él responde y le pregunta, “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Es entonces que Jesús le dice: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Le responde el hombre que era ciego, pero ahora ve con claridad: “Creo, Señor”. San Juan sigue contándonos: “Y postrándose, lo adoró”.
Cuando realmente vemos a Jesús, lo reconocemos y adoramos, entonces no sólo podemos reconocer la verdad sobre Él, sino que podemos ver la verdad sobre nosotros mismos. Por lo tanto es importante seguir el consejo de la carta a los Efesios: “Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad y la verdad. Busquen lo que es agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas”.
Luego leemos acerca de algunas maneras específicas en que debemos vivir como “hijos de la luz”, pero sin duda en el centro debe estar la voluntad de vivir en la luz, tan importante en un momento en la historia en el cual hay tanta oscuridad vergonzosa.
Finalmente, volvemos a la primera lectura del domingo, llenos de fe en Jesús, que nos ha dado luz y vista. Cuando estamos viviendo como hijos de la luz, entonces podemos realmente ver incluso a nuestros hermanos y hermanas, como Dios las ve. Como el Señor le dijo a Samuel: “Yo no juzgo como juzga el hombre”. ¿No serían diferentes todas nuestras relaciones con los demás si realmente tratáramos de verlos como Dios los ve, con el mismo amor con que Dios miraba a David y con que Jesús miró al hombre ciego?
Le pedimos a Jesús hoy poder verlo y tener fe en Él, poder vivir como hijos de la luz y ver a los demás con los ojos de Dios. Viendo con los ojos de la fe, decimos, “Creemos, Señor”, y adoramos a Jesús y le damos gloria a su Padre celestial.
Pasaje sugerido de la Sagrada Escritura – Efesios 5, 15: “Despierta, tú que duermes; levántate de
entre los muertos y Cristo será tu luz”.