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Siempre es mejor DAR que recibir. Pero ese DAR tiene que ser sincero, desinteresado, espontáneo, sin condiciones.
Suplir necesidades en otros nos hace sentir útiles y satisfechos. Dar significa entregar y cuando esa entrega se hace con buena voluntad y deseos verdaderos de ayudar, comprender, acompañar, adquiere cierta modalidad de costumbre sana y limpia.
Lo ideal sería que nunca se esperara una recompensa a nuestros actos de entrega, pero somos
humanos y tarde que temprano “caemos” en aquel interés que estuvimos lejos de sentir pero que, de momento nos inclina a esperar algo, aunque sea un simple “gracias”. Ese dar y no recibir se
convierte en una costumbre que poco a poco nos va cansando porque justo es, de vez en cuando, también recibir.
Y, no se trata de cosas materiales. Los seres humanos estamos en condiciones de entregar muchas cosas bonitas como: comprensión, tolerancia, aceptación. Ese dar y no recibir es algo como escuchar y no tener la oportunidad de hablar.
Saber escuchar es tan importante que de nuestro corazón saldrán las palabras precisas para todas aquellas que llegan a nuestros oídos.
¿Pero, qué pasa cuando en una relación de cualquier índole, siempre es una sola persona la que habla? Simplemente que aquellos que escuchan se cansan de tener casi la obligación de no dar sus conceptos, ni expresar sus sentimientos ni defender sus ideas.
Algo parecido pasa cuando damos y no recibimos. Haciendo énfasis en que siempre es mejor
DAR desinteresadamente y realmente con buenas intenciones es una acción que nos llena plenamente. Ese poco y leve desaliento que produce la poca efusividad de quien recibe nos infunde más deseos de ser diferentes. Lo importante es sentirnos satisfechos y útiles.
Dar y Recibir