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A parir del domingo, la Iglesia Católica venerará a dos nuevos santos, Juan XXIII, quien fue Papa de 1958-1963, y Juan Pablo II, Papa de 1978-2005. Quisiera compartir con ustedes unas líneas que escribí unos días después de la muerte del Papa Juan Pablo II, palabras que expresan lo que sentía entonces y 9 años después sigo sintiendo:
La penúltima Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II, Mane Nobiscum Domine, publicada en octubre de 2004 para anunciar el Año de la Eucaristía, toma su nombre del Evangelio del Tercer Domingo de Pascua. Los discípulos en el camino a Emaús se sienten conmovidos por las palabras del Señor resucitado mientras caminan juntos, y cuando parece que Jesús sigue de camino, lo invitan a quedarse con ellos, “Quédate con nosotros” (Lucas 24:29).
Al final de la larga vida de Juan Pablo, nos gustaría tanto poder decirle nosotros a él, “Quédate con nosotros”. Despedirnos de él esta semana ha sido difícil. Cuando yo vi mi parroquia de Santa Juliana, con la lanilla negra arriba de las puertas, me sentí muy triste. Me hizo sentir la realidad que ya el único papa que he conocido en mi mayoría de edad, el único papa de mi sacerdocio, al cual tuve el privilegio de ver de cerca durante el tiempo que estudié en Roma, había muerto de verdad. Aunque sabía que se estaba decorado el exterior de la iglesia de luto, ya que yo mismo había dado la orden, la sensación de verlo fue profunda. Sin embargo, cuando entré en la iglesia, todavía decorada completamente de Pascua, sentí que el dolor de la pérdida, que hace falta expresar con el luto, se encontraba inmediatamente con la verdad de la resurrección. Esta verdad y este gozo son muchos más grandes que el luto.
Como san Pedro en los Hechos de los Apóstoles, Juan Pablo II le proclamó al mundo entero que Jesús ha resucitado de entre los muertos. Más aun, él nos ha ayudado a ver el significado de esta realidad de suma importancia al considerar los temas claves que confronta nuestro mundo hoy en día: la dignidad de la vida del niño que ha de nacer y del enfermo que se prepara para morir, la dignidad del matrimonio y de la familia, la dignidad del pobre y del inmigrante, la dignidad del oprimido y hasta del criminal. La resurrección de Jesús significa que cada uno de nosotros es llamado a compartir la vida eterna y que ninguno de nosotros debe desesperarse jamás de poder responder a esa invitación.
Fue sobre todo en la Eucaristía, a la cual dedicó lo que acabó siendo el último año de su pontificado, que el Santo Padre experimentó la presencia del Señor Resucitado. Su celebración devota de la Eucaristía, ya sea en su capilla privada o para millones de personas en una plaza, igual que las tantas horas que se pasó en adoración frente al Santísimo Sacramento, le permitieron estar con Jesús, que de verdad responde a nuestra invitación, “quédate con nosotros”. Desde el principio de su papado, Juan Pablo dijo tantas veces, sobre todo a los jóvenes, “¡No tengan miedo de abrir de par en par las puertas de sus corazones a Cristo!” Quizás la última exhortación a nosotros, en este Año de la Eucaristía, podemos interpretar que fue también, “¡No tengan miedo!” No tengan miedo de decirle a Jesús, “¡Quédate con nosotros, Señor!” Es aquí que el Señor Jesús entra verdaderamente en nuestros corazones, se queda con nosotros, y nos fortalece para llevar su amor al mundo.
El sábado 2 de abril (de 2005), poco después de las 8:00 p.m. en Roma, Juan Pablo II recibió el Viático (su última comunión) durante la Misa para la Vigilia del Domingo de la Divina Misericordia, la fiesta que él mismo extendió a la Iglesia Universal, celebrando en el Segundo Domingo de Pascua la Misericordia Divina que Jesús le trae al mundo al resucitar. En esta comunión, podemos estar seguros que el Papa le extendió esta invitación a Jesús por última vez. La respuesta de Jesús tiene que haber sido, a aquél que vivió tan cerca de Él toda la vida y que trató de llamar a los demás a Él, “Ahora, ¡quédate tú conmigo!”
¡Juan Pablo Magno! Te extrañaremos. Desde el cielo (donde, a la vez que rezamos por ti, estamos seguros que estás), sigue enseñándonos a no tener miedo. Enséñanos a decir todos los días, “¡Quédate con nosotros, Señor!”
Pasaje sugerido de la Palabra de Dios – Lucas 24, 29: “Quédate con nosotros, Señor”.
Dos nuevos santos para el domingo