Las pequeñas cosas

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Esta cápsula se me ocurrió cortando la yerba del jardín de mi casa, o la grama, como dicen en
Puerto Rico. Es un jardín sin flores. Quiero decir sin flores permanentes; pues a veces apare-
cen por aquí tres florecillas que lo revuelven todo, que lo quieren todo y creen que uno nunca se cansa; creen que nuestra batería está como la de ellas; siempre supe cargadas. Esas tres flo-
recillas llevan los nombres de Sofía, Olivia y Mariah. Las dos primeras tienen 11 años y son ge-
melas tan idénticas que no puedo distinguirlas, no se quien es quien o cual es cual; quizás pue-
da cuando sean mayores y cambien algo. Mariah sólo tiene 7 años  y aprende mucho de sus hermanitas; es risueña y alegre y quiere ser  la jefa del grupo.
El mundo de los niños es muy diferente al nuestro. Su amor es limpio, puro, transparente y
verdadero. Enfocan las cosas desde otro punto de vista. Todo lo ven de color azul, rosado o
verde; pero de colores. Somos nosotros los mayores los que a veces ponemos las cosas de co-
lor negro, si es que a lo negro se le puede llamar color. Yo pienso que el mundo sería mucho
mejor si estuviésemos más tiempo con los niños aprendiendo de ellos lo mucho que nos pue-
den enseñar. “Dejad que los niños se acerquen a mi”. dijo Jesús. Después añadió: “El que no
se haga semejante a un  niño no entrará en el Reino de los Cielos”. José de la Luz y Caballero
dijo: “La educación empieza en la cuna”. Quiso decir este sabio educador cubano, que las ma-
dres debían estar la mayor parte de su tiempo con sus hijos; por lo menos hasta que puedan
valerse de por sí. Muchas veces estamos cambiando el amor de nuestros pequeños por dinero.
Queremos tener de todo en la casa y entonces mamá tiene que salir a trabajar fuera y pagarle
a alguien para que cuide de los niños. ¡Tremendo error, horrible disparate!  Ellos son la espe-
ranza del mundo y hay que moldearlos desde temprana edad, desde el mismo instante en que
llegan a este bello planeta donde el buen Dios nos ha situado. Es necesario e imperante hacer-
lo así, porque luego puede ser demasiado tarde. “Árbol que nace torcido jamás su tronco en-
dereza”. Hace unos días observé en la defensa trasera de un auto, una calcomanía que decía:
¿Abrazó hoy usted a su niño? Esto tiene una importancia vital; pues los niños tienen que sen-
tirse amados y protegidos, para que puedan crecer saludables en cuerpo y alma y sin traumas
de ninguna clase. Es increíble, pero hay padres que nunca besan ni acarician a sus hijos. Los
niños son la esperanza de la sociedad en que vivimos; pero hay que guiarlos por el recto ca-
mino. ¡Ah…! Hoy cuando llegues a casa, aunque estés cansado, abraza a tus nenes, tírate al
suelo con ellos un rato y diles lo mucho que los quieres. Esto les va a ayudar mucho, a ellos
y a ti. ¡Claro que sí, y además Dios te bendecirá a ti y a toda tu familia! ¡Qué bello! ¿verdad?
¡Ah…me olvidaba! esta Cápsula fue escrita hace exactamente tres años, ahora Sofía y Olivia tienen 14 años y Mariah 10. Olivia toca el violín y Sofía el arpa, y Mariah está aprendiendo a tocar el chelo. ¡Un hurra bien grande para estas inteligentes chicas y que Dios las colme de bendiciones!

FINIS CORONAT OPUS

Las pequeñas cosas