
Cada año, desde el 1777, nuestra nación celebra la declaración de su independencia de Inglaterra el 4 de julio. Dicha declaración, no fue sólo el documento que ratificó el comienzo de nuestra historia como pueblo libre, sino que marcó el inicio del más importante experimento político en la historia de la humanidad: La Democracia Norteamericana.
La idea de que una sociedad pudiese tener la capacidad para auto-gobernarse a base de las decisiones electorales que tomase el pueblo cada cuatro años, era nueva en esa época. Un gobierno “del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” constituía un arriesgado experimento, especialmente cuando hasta entonces, cada ciudadano de la nueva nación cargaba a sus espaldas el equipaje cultural de haber nacido y haberse criado dentro de las limitaciones de un sistema monárquico, donde sus libertades estaban significativamente limitadas y sujetas a las decisiones unilaterales de un rey.
De ese modo y dentro de esas circunstancias, nuestra constitución original, a pesar de garantizar que “todos los hombres habían sido creados iguales”, mantuvo y sostuvo por casi nueve décadas la institución de la esclavitud, por un siglo y medio la prohibición del voto a la mujer y hasta el día de hoy la limitada pero constante práctica de pensar que algunos seres humanos son, por causa de su color u origen, inferiores a nosotros.
Las libertades de prensa y culto, cuando utilizan el experimento de nuestra Democracia fuera de los contextos éticos y morales sobre los cuales fue fundada con el propósito de sembrar cardos y no rosas en el pensamiento nacional con la certeza de que pueden manipularlo a sus anchas, tienen efectos nocivos sobre la nobleza y equidad con las cuales nuestra historia, en dramáticos episodios, ha venido resolviendo las grandes inconsistencias entre nuestro comportamiento social y la promesa Constitucional en que se fundó esta nación.
A la altura del Siglo XXI, nuestra democracia continúa siendo un experimento social de gran magnitud. Acabamos de elegir el primer presidente que proviene de las “minorías”, acabamos de sostener que no se le pueden negar derechos de igualdad a personas de diferentes preferencias sexuales a las anteriormente reconocidas, apenas comenzamos a garantizarle el derecho a los servicios de salud a todos nuestros ciudadanos.
Pero aún a la altura del mismo siglo nos aprestamos a construir “murallas” y a financiar fuerzas paramilitares que mantengan fuera de nuestras fronteras a hermanos americanos que escogen perseguir el sueño que promete nuestra constitución.
Nuestra esperanza a la altura del Siglo XXI continua siendo la misma esperanza con que nuestros antepasados forjaron la idea de nuestra democracia. La idea de que, a través de las épocas y los años, en respuesta a las inconsistencias culturales que pudiesen surgir de nuestro comportamiento social: el experimento diario que constituye el co-existir los unos con los otros en paz y armonía, habría de renovarse para conformar con los cambios y las nuevas circunstancias con las que tuviésemos que enfrentar la historia y los nuevos tiempos.
Dios bendiga nuestra nación. ¡Celebremos el Día de la Independencia!
¿Por qué celebramos el Día de la Independencia?
Por: Rafi Escudero