
Por Carlos Luzardo de la Arquidiócesis de Miami.
¿Que encontramos en el desierto?
Esta es una pregunta que resuena este primer domingo de Cuaresma cuando escuchamos en el Evangelio sobre cómo Jesús es guiado por el Espíritu hacia el desierto por 40 días y enfrenta al demonio y sus tres tentaciones.
Pero para nosotros hoy día, ¿qué significan estos 40 días que llamamos Cuaresma y qué ganamos con ir al desierto?
Para entenderlo debemos entender que el desierto es un lugar sin vida, donde no se consigue agua, las temperaturas pueden ser muy calientes en el día y muy frías en la noche, no se consiguen animales o plantas y se vive en un total y completo silencio que nos recuerda el silencio mismo de la muerte.
Estar en el desierto se parece más a una especie de muerte y castigo que a otra cosa.
Muchos de nosotros vivimos momentos de desiertos en nuestras vidas y algunos incluso parece que su vida entera es un desierto.
Vivimos momentos donde parece que estamos solos en este mundo y pensamos que nadie puede ayudarnos.
En situaciones donde el silencio se apodera de nosotros y nos sentimos aislados del mundo que nos rodea. Incluso sentimos que Dios nos ha abandonado. Nuestros momentos de desierto puede que se parezcan mucho a los de Jesús.
En esos momentos de desierto siempre el maligno nos atacará porque estamos más indefensos, e incluso pueden pasar dos cosas; o nos dejamos vencer por las tentaciones o encontramos que son todas mentiras del demonio y salimos adelante.
En los momentos donde logramos salir adelante, a pesar de todo lo que hemos sufrido, el desierto se convierte en un lugar de crecimiento, de aprendizaje y purificación.
Quien entra en el desierto y se enfrenta a todas las mentiras que se nos presentan y decide refugiarse en Jesús, puede salir adelante como un hombre nuevo.
Pero solo con Jesús de la mano y a través de la oración, el ayuno y el arrepentimiento podremos salir adelante y enfrentar ese terrible momento.
Seguramente tengamos miedo, pero a lo largo de nuestra vida todos tenemos que entrar al desierto y morir a nuestro antiguo yo, ese yo que está metido en el pecado y sus mentiras.
Entrar al desierto entonces se convertirá en un momento de transformación personal interna.
La realidad es que en esa muerte es cuando nos damos cuenta de nuestra pequeñez y nuestra necesidad de Jesús, de su fuerza, de su misericordia y de su amor.
Recordemos en la primera lectura de este domingo tomada del libro del Genesis, sobre como Dios “tomo polvo del suelo y con él formó al hombre; le sopló en la nariz un aliento de vida, y el hombre comenzó a vivir.” Dios creó la vida de la tierra.
De la misma manera, si nos permitimos entrar con Jesús en el desierto de nuestra vida, es decir, entrar en nuestros miedos y preocupaciones, entrar en nuestro dolor y nuestras heridas, entrar en los pecados que nos agobian; Él nos traerá vida y nos dará la gracia para poder salir y nacer como nuevos hombres y mujeres.
Queridos hermanos y hermanas, si queremos dejar atrás el viejo yo y queremos salir hacia adelante como nuevas y mejores personas.
Si queremos no temer a enfrentarnos a nosotros mismos y aprender a decir que no a las tentaciones del demonio, es necesario que en esta Cuaresma entremos con Jesús en el desierto.
Así como el Espíritu guió a Jesús al desierto, que ese mismo Espíritu nos guíe a nuestro desierto y en la Pascua podamos renacer como nuevos hijos e hijas de Dios, guiados por el amor infinito y misericordioso de Jesús.