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Mis primeras Misas fueron el sábado por la tarde y el domingo por la mañana del 9 y 10 de mayo de 1992, Domingo del Buen Pastor y el Día Mundial de Oración por las Vocaciones, y además Día de las Madres. 22 años más tarde, al observar estas conmemoraciones una vez más en el Cuarto Domingo de Pascua, lo que Jesús dice del “pastor de las ovejas” y del “ladrón y salteador” tiene un significado especial (cf. Juan 10, 1-11). Me doy cuenta que mi sacerdocio, como aquél que queremos que consideren nuestros jóvenes, tiene significado solamente en cuanto los sacerdotes imitemos a Cristo de tal forma que voz que oigan a través de nosotros no sea la nuestra, sino la de Jesús el Buen Pastor.
Algunos pudieran preguntarme, en medio de tanta perturbación que la Iglesia ha experimentando – ¿Vale la pena? Puedo decir con toda franqueza, 22 años después de mi ordenación, que nunca he dudado por un momento haber aceptado este llamado de Dios. Cuando ha habido algún sufrimiento, ya sea “por hacer el bien”, como describe San Pedro en la segunda lectura de este domingo (1 Pedro 2, 20-25), o por mis propios fallos u orgullo, Aquél que me ha ofrecido el consuelo siempre ha sido “el Pastor y guardián” de mi alma. No me puedo imaginar un gozo mayor que el de ser el instrumento privilegiado que el Buen Pastor usa para comunicar su amor y misericordia, sobre todo en los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.
Esta semana la Iglesia de la Diócesis de Palm Beach está llena de alegría con la ordenación de un nuevo sacerdote, el pasado sábado 3 de mayo, el Padre Wesler Hilaire. Le damos gracias a Dios por este joven sacerdote, que tendrá la dicha de poder ser un instrumento para que muchos oigan y reconozcan la voz del Buen Pastor. Durante las próximas semanas tendré yo la dicha de poder asistir a ordenaciones en varias diócesis en la Florida y en Georgia, viendo a hombres a quienes he enseñado en el Seminario ser ordenados sacerdotes. Ellos todos recibirán la tarea de hacer que se siga oyendo en el mundo el mismo mensaje que anunció San Pedro el primer día de Pentecostés: “Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados y recibirán el Espíritu Santo. Porque las promesas de Dios valen para ustedes y para sus hijos y también para todos los paganos que el Señor, Dios nuestro, quiera llamar, aunque estén lejos” (Hechos 2, 38).
Como hace 22 años, el Cuarto Domingo de Pascua coincide con el Día de las Madres. Al honrar a nuestras madres y agradecerles por todo lo que hacen por nosotros, y a la vez al rezar por nuestras madres y abuelas vivas y difuntas, es importante recalcar que en la gran mayoría de los casos, la madre es una de las personas que tiene más influencia en la vocación de un joven que decide entrar en el seminario, si no la más importante. Es muy importante pedirles a las madres cristianas que estén abiertas a la posibilidad que el Señor esté llamando a sus hijos a servirlo a Él y a su pueblo como sacerdotes. No hay regalo más grande que ellas le puedan dar a Dios, pero a la vez no hay regalo más grande que Dios les pueda dar a ellas.
¿Puedo ser tan atrevido como para alentar a los jóvenes buenos de nuestra comunidad para que consideren el sacerdocio? ¡Por supuesto que sí! Ahora más que nunca necesitamos pastores que imiten al Buen Pastor, que vino “para que tengan vida y encuentren la plenitud”. Más que nunca, ¡necesitamos buenos sacerdotes! Recen por esta intención siempre, pero sobre todo este fin de semana.
Pasaje sugerido de la Palabra de Dios: “Soportar con paciencia los sufrimientos que les vienen a ustedes por hacer el bien, es cosa agradable a los ojos de Dios, pues a esto han sido llamados, ya que también Cristo sufrió por ustedes y les dejó así un ejemplo para que sigan sus huellas” (1 Pedro 2, 20b-21).
Recemos y apoyemos las vocaciones sacerdotales