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“¡Esta noche es noche buena y mañana es Navidad!” Recuerdo en mi juventud que un tío cantaba todo el día 24 de diciembre esta canción. Tengo que admitir que no tengo la más mínima idea cuál es el resto de la letra del canto. Lo que recuerdo es la sensación de anhelo que comunica. Las Navidades ya están aquí – ¡casi! Aunque este fin de semana todavía nos queda por celebrar el Cuarto Domingo de Adviento, ya sentimos esta cercanía de la Navidad.
Les invito en estos días antes de Noche Buena a pensar en las decoraciones que han puesto en sus casas y las que han visto por la calle. ¿Cuál es el elemento más importante entre todas las decoraciones? Es sin duda el pesebre. Es ahí donde vemos la razón de ser de la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios, la venida al mundo del Todopoderoso, que acepta la humillación de hacerse hijo de una joven virgen.
Fue san Francisco de Asís, en el siglo XII, que primero promovió el uso del pesebre, para ayudar a los fieles a poder unirse a ese momento que cambió la realidad para siempre – el nacimiento de Nuestro Salvador. El pesebre, (o nacimiento) nos permite sentirnos como si estuviéramos presentes ahí en Belén. Este año, el primero del pontificado de un Papa que ha tomado el nombre de Francisco, quizás sea buena oportunidad para considerar el significado de esta bella práctica de devoción.
En sus casas, ¿tienen el pesebre puesto en un lugar de honor? ¿Se ve bien claro que es la más importante de todas decoraciones? ¿Les dan a sus hijos la oportunidad de estar algún tiempo delante del pesebre para reflexionar sobre el significado de la Navidad? ¿Ya está puesto el Niño Jesús o lo tienen preparado para ponerlo en el pesebre Noche Buena?
Al pasar algún rato mirando el nacimiento, una buena sugerencia es de considerar con quién uno se asocia más en ese escenario. Algunos se asocian más con María o José, otros con los pastores, otros con los reyes magos, otros con los ángeles que pregonan la buena nueva del nacimiento del Hijo de Dios, y algunos hasta se sienten relacionados con los animales que son los testigos mudos del evento más asombroso de toda la historia humana. Este ejercicio, que encuentra sus raíces en la espiritualidad de otro padre espiritual del Papa Francisco, San Ignacio de Loyola, nos ayuda a transportarnos hasta Belén – y sentirnos que Jesús verdaderamente ha nacido para salvarnos a nosotros.
Les hago una sugerencia más para estos últimos días de Adviento y para la Noche Buena y la Navidad. Consideren que sus propios corazones y sus propios hogares también deben de ser pesebres. Pasen algún rato de oración durante estos días, pidiéndole a Jesús que entre en sus corazones y encuentre ahí buena acogida. Consideren qué les queda por hacer para que sea un digno hogar para Jesús ese pesebre de su corazón. A la vez, pídanle al Señor Jesús que venga a vivir en sus familias, para que las sane y las llene de su gracia. Pídanle que se pueda vivir en su familia el amor que reinaba en un humilde lugarcito hace más de dos mil años esta noche. Luego, cuando vayan a Misa, o Noche Buena o en el Día de Navidad, estarán preparados para recibir a Jesús en sus corazones de la manera más perfecta – en la Eucaristía.
Esta Navidad, pongamos el pesebre al centro de nuestra celebración. Esté el nacimiento al centro de nuestros hogares. Pongámonos en Belén, junto con aquéllos que tuvieron el privilegio de adorar al Niño Rey. Abramos nuestros corazones y nuestros hogares para que ellos mismos sean capaces de recibir al Recién Nacido, especialmente cuando vayamos a la iglesia a adorarlo. “¡Venid y adoremos!”
Pasaje sugerido de la Palabra de Dios – Lucas 2, 14: “¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”
Ya se acerca la Navidad