En la Presentación del Señor recibimos la luz de Cristo

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¿Qué les parece si cantamos villancicos este domingo? ¿Y si les digo que saquen sus decoraciones de Navidad y las pongan de nuevo? ¿Creen que el cura se ha vuelto loco? Bueno, el 2 de febrero es la Candelaria, y a los 40 días de Navidad recordamos la Presentación de Jesús en el Templo. José y María llevaron al Niño Jesús a Jerusalén “para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: ‘todo primogénito varón será consagrado al Señor’, y también para ofrecer, como dice la ley, ‘un par de tórtolas o dos pichones’” (Lucas 2, 23-24). Es una fiesta tan importante que este domingo se celebra, en lugar de la liturgia que tocaría para el 4º domingo del tiempo ordinario.

¿Por qué se le dice a este día la Candelaria? Porque usamos este día para la bendición de las candelas, las velas, ya sea las que se usarán en la iglesia a lo largo del año o las que los feligreses quieren usar en sus hogares. Jesús es la luz del mundo que entra en la casa de su Padre. Las velas por lo tanto representan que el Templo, que representaba la morada de Dios entre los hombres, ahora sí lo es definitivamente, al llenarlo Jesús con su luz.

¿Quiénes reciben a Jesús en el Templo? Nos cuenta san Lucas de dos personas, las dos ancianas. Primero oímos de Simeón, “varón justo y temeroso de Dios, que guardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor” (Lucas 2, 25-26). Cuando él vio a Jesús, se dio cuenta enseguida que éste era aquél a quien esperaba, que éste era el Hijo de Dios, el Mesías. Es por eso que Simeón cantó exclamó esas palabras que llegaron a formar uno de los himnos más poderosos de los cristianos, el Nunc Dimittis: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel” (Lucas 2, 29-32).

Simeón también reconoció que este Mesías, “luz… y gloria”, tendría que sufrir para cumplir con su misión, llamándolo “signo (de) contradicción” y advirtiendo a la Virgen Madre que su corazón sería traspasado por una lanza. Vemos aquí una clara profecía de la pasión de Cristo, y del papel que jugaría en ella María.

También estaba en el Templo la profetiza Ana, viuda de 84 años. Como tantas mujeres piadosas que conocemos, se pasaba día y noche en el templo, rezando y ayunando. Ella recibió también la gracia de ver al Niño Jesús y reconocerlo. San Lucas recuenta que ella “se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel” (Lucas 2, 38).

Simeón y Ana nos hacen pensar en tantas personas de la tercera edad que son la fuerza de nuestras parroquias y de nuestras familias. Son ellos que se mantienen firmes cuando el mundo parece desbaratarse alrededor de ellos. Ellos confían en las promesas que el Señor les hizo cuando eran jóvenes, de hecho las promesas hechas cuando sus padres y padrinos los llevaron a la iglesia para ser bautizados y recibieron por vez primera la luz de Cristo, en forma de la velita encendida del Cirio Pascual. Le damos gracias a Dios hoy por los ancianos que en cada una de nuestras comunidades nos han ayudado a mantener viva la fe. Le pedimos a Dios que ellos puedan seguir cantando el himno de Simeón, confiados que en el momento de la muerte no tienen nada que temer, ya que han visto al Salvador, y de hecho lo han aguantado en sus manos y en su corazón, cada vez que lo han recibido en la Eucaristía. El Papa Francisco en repetidas ocasiones ha insistido en la importancia de cómo cuidamos de nuestros ancianos, escribiendo en un tweet el 14 de enero: “Ningún anciano debe estar ‘exiliado’ de nuestra familia. Los ancianos son un tesoro para la sociedad”.

Además, en la Presentación la Iglesia recuerda de una manera especial a aquellos que se dedican, como Simeón y Ana, a la espera del Señor. Es la Jornada de la Vida Consagrada, en el cual le damos gracias a Dios y rezamos por las religiosas y los religiosos, por aquellas personas, que dedicándose a la oración y al servicio de sus hermanos, nos ayudan a todos a acoger a nuestro Salvador. Ellos, de una manera especial, compartiendo también la Cruz de Cristo, son portadores de la luz de Cristo en el mundo, y merecen nuestro agradecimiento este día.

En algunos países los pesebres no se quitan hasta el 2 de febrero, y los villancicos se cantan en ese día por última vez hasta la próxima Navidad. Quizás no sean éstas nuestras tradiciones. Sin embargo, sea este día de la Candelaria un día de mucha alegría, una extensión de la alegría de la Navidad. regocijemos al recibir la luz de Cristo y sentir el llamado de llevarla nosotros a todo el mundo.

Pasaje sugerido de la Palabra de Dios – Lucas 2, 32: “(Jesús es) luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.

En la Presentación del Señor recibimos la luz de Cristo