
(AP) — Hace cuatro años, la veterana arquera Vanina Correa protagonizó junto a sus compañeras de la selección de Argentina una protesta que se volvió un símbolo de la lucha de las futbolistas mujeres en Sudamérica por la igualdad de derechos con sus colegas hombres.
En la clásica fotografía de equipo, antes de jugar un partido de la Copa América en Chile, las jugadoras posaron con una mano en la oreja reclamando ser escuchadas tras una serie de desplantes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
“Cambiaron un montón de cosas, nos escucharon”, afirmó Correa en una reciente tarde de junio tras finalizar una intensa práctica con la Albiceleste en el predio de selecciones nacionales en Ezeiza de cara a la próxima edición de la Copa América.
El técnico de Argentina Germán Portanova da instrucciones a las jugadoras durante un entrenamiento en Buenos Aires.
El torneo continental se jugará en Colombia, del 8 al 30 de julio, y servirá para evaluar la magnitud de los avances que tuvo el fútbol femenino de Sudamérica en los últimos años.
Las argentinas llevan varias semanas concentradas, entrenan en doble turno, disputan amistosos y disfrutan de las mismas comodidades que el seleccionado liderado por Lionel Messi con el objetivo de ganarse en el certamen uno de los tres boletos directos al próximo Mundial femenino de Australia y Nueva Zelanda 2023.
A diferencia de las futbolistas más jóvenes que empiezan a jugar sobre un piso de derechos ya conquistados, la arquera de 38 años es parte de una generación de jugadoras que cargaban con el apodo de “marimacho” por volcarse a un deporte al que se consideraba masculino. Los clubes no tenían vestuario ni indumentaria para sus equipos femeninos y la posibilidad de firmar un contrato profesional era una utopía.
“Hoy tenemos vestuario propio, tenemos el sueldo en el club. Siempre creemos que se pueden agregar un montón de cosas más, pero es consiguiendo el objetivo para poder pedir un poquito más”, apuntó la guardameta de Rosario Central, quien antes trabajaba como empleada municipal para ganarse la vida.
“El fútbol femenino en Sudamérica tiene una historia joven, 31 años, estamos acelerando los procesos”, valoró Fabimar Franchi, la gerente de desarrollo del fútbol femenino de CONMEBOL. “Va a ser una Copa América histórica, diferente, se va a notar dentro y fuera de la cancha. En la preparación, el espectáculo, la organización. El fútbol femenino sigue creciendo”.
Al margen del último campeón Brasil, una potencia mundial que se desarrolló en solitario, el fútbol femenino ha evolucionado de manera desigual en Sudamérica. Se avanzó en la profesionalización de las jugadores en la mayoría de las ligas con contratos que todavía están muy lejos de lo que cobran los hombres.
Argentina implementó a partir de este año un sistema de licencias de clubes del fútbol femenino que obliga a los clubes a cumplir una serie de requisitos para competir en torneos oficiales: dos mujeres deben integrar los cuerpos técnicos, seguro de salud obligatorio para las jugadoras, campos de entrenamiento propios, redes sociales para difundir la actividad de los equipos femeninos y un protocolo de prevención y actuación ante situaciones de violencia y discriminación.
El subcampeón continental Chile profesionalizó su liga a principios de este año, en coincidencia con la llegada al poder del izquierdista Gabriel Boric acompañado por un gabinete dominado por mujeres. Por otro lado, los éxitos de Christine Endler, la capitana de la Roja, consagrada recientemente en la La Liga de Campeones Femenina de la UEFA con el Lyon de Francia y ganadora del premio más reciente otorgado por FIFA como la mejor guardameta del mundo.
“A nivel selección se está trabajando muy bien, pero en el torneo local aún falta, no se ha hecho suficiente”, opinó Endler. “La profesionalización del fútbol femenino es un gran paso, sin duda, pero es importante que los clubes se pongan la camiseta y trabajen a la par”.
Según la norma, en el primer año se exigirá contratar al menos al 50% de las jugadoras, en el segundo al 75% y en el tercero al 100%.