Como enseñamos principios a nuestros hijos

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Richard recuerda a sus 11 años de edad el sonido de la primera bofetada que recibió de su madre, fue frente a un grupo de estudiantes y de una profesora en la escuela, el ardor en su cara era tan fuerte como la vergüenza de ver que todos sus amigos presenciaron aquella escena. ¿La razón?, Richard respondió, defendiéndose de las acusaciones de una profesora, pero la madre de Richard le dijo que él tenía que aprender a “respetar”. Su vergüenza y sentimiento de impotencia elevaron su estado emocional a tal punto que su sistema nervioso fijó su definición de “respeto” con un solo significado “defenderse es un acto irrespetuoso y doloroso”. A partir de ese momento, para Richard, la palabra “respeto” había ocupado un lugar importante en su escala de valores y otro significado como principio familiar.

Otro día, recibió más golpes por no querer golpear a un niño que había agredido a su hermano en una disputa de niños. Cuando Richard trató de explicarle a su madre porque no había salido en “defensa” de su hermano, pero por tratar de justificarse lo golpearon y castigaron, profetizándole que por cobarde nunca nadie lo iba a respetar. Richard concreto su definición de respeto, ahora defenderse verbalmente era irrespetuoso, pero con violencia se podía hacer respetar valientemente.

Richard se convirtió en un hombre de pocas palabras, por callado lo tomaban como un hombre sabio y reservado, pero nadie sabía de su profunda distorsión que le hacía tener mal aprendida la definición de respeto, con frecuencia confundía los resultados de la obediencia con la aceptación y el cariño de los demás, pero también se sentía impotente e incómodo al no atreverse a expresarse cuando tenía una opinión diferente a los demás.

Richard no se defendía, temía poner reglas claras y limites en sus relaciones interpersonales, pero cuando la paciencia se le agotaba acudía a la violencia para hacerse respetar, como lo había hecho antes su madres con él. Richard empezó a tomar alcohol y luego a fumar mariguana, sentía que se liberaba una gran carga de encima y se le hacía fácil interactuar con los demás sin temor. Ser violento no era su naturaleza y no darse a respetar tampoco. Comenzaba a despreciarse a sí mismo.

Las drogas comenzaron a darle el control que un día le negaron con una bofetada, convirtió las drogas en sus mejores herramientas para manejar sus relaciones sociales y anestesiar el dolor de sentimientos tóxicos en su corazón. No pasó mucho tiempo para que el cuerpo de Richard empezara a crear tolerancia y a manifestar los desgastantes efectos de las drogas. La depresión y la ansiedad eran sus más fieles compañeras. Richard solo quería tener una oportunidad para hablar, defenderse, ser escuchado y entendido, pero la mala definición que había aprendido del respeto devoró su capacidad para hacerlo. Richard murió por una: “Siento no haber podido ser un mejor estudiante, un mejor hermano y un mejor hijo.”

Generalmente, los niños NO aprenden las definiciones de los principios familiares a través de un diccionario o un libro, más bien la aprenden directamente del comportamiento y la educación que reciben y estos principios con frecuencia están distorsionados. En muchas ocasiones están en conflicto con otros principios, pero nunca son cuestionados, ni puestos a prueba para valorar su veracidad y utilidad en nuestras vidas, simplemente porque fueron previamente programados en nuestro subconsciente como una verdad absoluta, con todas las fuerzas de nuestro sistema nervioso y la influencia de una figura autoritaria a muy temprana edad.

Recuerde que cada conducta viene acompañada de una consecuencia. Nunca permita que las malas definiciones de sus principios dicten su conducta. Para compartir su opinión, inquietud o sugerencia, puede hacerlo al correo electrónico de hablemosenserio@yahoo.com

Como enseñamos principios a nuestros hijos