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Tenía diecinueve años al llegar a este país, no sabía hablar inglés y se me hacía muy difícil conseguir trabajo. Un amigo me presentó a un tapicero que tenía su taller propio, con la intención de salir y no quedarme en casa. El tapicero era un hombre humilde y de muy buen corazón, pero no tenía trabajo suficiente como para tener un ayudante; aun así, yo le insistí y le dije – “señor aunque sea déjeme ayudarlo para aprender este oficio y con eso me basta, no tiene que pagarme” El buen tapicero sabía que aun sin pagarme yo le costaría dinero, cualquier error por mi torpeza, y el tiempo para enseñarme, le podía tomar tiempo y retrasar su trabajo. Finalmente el tapicero cedió a mi insistencia. El buen tapicero trabajaba con decoradores, restauradores de muebles de estilos y clientes que eran muy exigentes, los cuales demandaban óptima calidad en el trabajo.
Un día llego un sofá tapizado con una tela de Damasco tenia muelles vencidos, sus cojines ya aplastados, su tela rasgada en casi todas las esquinas y una de sus patas estaba desprendida del mueble. Sin querer escuche el estimado por restaurar aquel mueble y quedé perplejo. Me parecía una exageración por un mueble tan viejo. Mi trabajo consistía en desarmar cada clavo que estiraba la vieja tela con mucho cuidado para no lastimar la madera del mueble; luego quitar toda la lana y el algodón que estaba debajo, hasta llegar a ver su esqueleto de madera. Algunos muelles estaban fuera de lugar y la vieja lana tenía un raro olor a humedad que delataba las travesuras de alguna mascota del lugar de donde provenía. ¿Qué sentido tiene arreglar este mueble en este país? – pregunte curioso – he visto muebles mucho más bonitos que este y valen mucho menos siendo nuevos, que lo que cuesta reconstruir este viejo.
El tapicero me miró, como quien encuentra una buena oportunidad para enseñar algo importante, y como todo maestro sabio que sabe esperar a que su alumno pregunte para ensenar, dijo: – tienes razón; – los ojos que no estén entrenados para ver la diferencia no podrían hacer un buen estimado del valor del mueble; entonces, se tomó su tiempo para explicarme con detalles la diferencia entre un mueble de madera blanda y un mueble de madera dura. La madera blanda viene de árboles de crecimiento rápido, se corta, se trabaja fácil, pero no son duraderas más los arboles de madera dura y pesada son de crecimiento lento y por lo tanto mucho más duraderos. ¿Entonces lo que realmente vale es lo de adentro? Pregunte yo – ¡Si, como las personas! Respondió el tapicero. – En la vida encontraras muchas personas que lucen como este mueble viejo, y son discriminadas, apartadas y rechazadas simplemente por su apariencia, pero si entrenas tus ojos para ver de qué tipo de madera están hechas, podrás ver su estructura de valores y principios humanos, logrando así valóralas justamente. ¿Y tú? ¿Puedes saber el valor de las personas? – Pregunte- Solo si me dejan ver su interior – respondió el tapicero. ¿Qué se puede hacer para ser de buena madera? – pregunté yo…Y desde entonces estoy cobrando aquel trabajo con estas sabias palabras – y continuó diciendo: -Sigue creciendo aunque sea lentamente, supérate, aléjate de la yerba mala que entorpece tu desarrollo personal, busca siempre la luz del sol, no te apures por crecer ni por vivir lo que todavía no te toca vivir, ten fe en tu creador, fortalece tus raíces como lo hacen los arboles de buena madera, aprende a distinguir a las personas juzgando por las cualidades de su interior, no por lo que cubre su exterior, ni por la huellas que pueda haber dejado alguna historia en su camino. Muchos tienen el potencial de llegar a ser de buena madera, pero no todos lo hacen. Por último, aprende a escoger bien la madera con la que construirás los muebles de tu casa, tu familia, para cuando otros piensen que ya tu estas de remplazo sepan valorarte y tratarte con el mismo amor que nosotros vamos a restaurar este viejo sofá.
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El Tapicero