Jesús es el camino que nos lleva hacia la unidad

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En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que escucharemos este domingo (6, 1-7), el Quinto Domingo de Pascua, vemos las primeras tensiones de la Iglesia naciente, tensiones que quizás nos suenen algo conocidas. La razón de ser del nombramiento de los primeros siete diáconos en la Iglesia es la siguiente: “En aquellos días, como aumentaba mucho el número de los discípulos, hubo ciertas quejas de los judíos griegos contra los hebreos, de que no se atendía bien a sus viudas en el servicio de la caridad de todos los días.” Los Doce deciden escoger a siete hombres “de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, para ocuparse de este problema, para que los Apóstoles pudieran dedicarse al “ministerio de la Palabra de Dios”.

A través de la historia, a la misma vez que se ha ido multiplicando “grandemente el número de los discípulos”, ha existido siempre una tensión entre distintas culturas. Es un reto constante vivir en unidad como cristianos católicos (recuerden que la palabra “católica” para describir a la Iglesia significa “universal”), a la vez que se respeta la diversidad de culturas.

En la segunda lectura de este fin de semana (1 Pedro 2, 4-9), san Pedro dice que la Iglesia es un solo pueblo, que somos “estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad”. A veces, sin embargo, nos puede costar reconocer como hermano nuestro al que está a nuestro lado en la iglesia, o al que está en la Misa anterior o después de la nuestra, que dependiendo de cuál parroquia nos pertenece puede ser en inglés, en español, en haitiano o en vietnamita.

Por 14 años fui Párroco de una comunidad bilingüe en Santa Juliana. Fue una dicha servir en una parroquia tan llena de dones y de personas comprometidas. Una cosa que reconozco, sin embargo, es que nunca se acaba la tarea de promover la unidad de la Iglesia, ya sea a nivel local o universal. El Papa emérito Benedicto XVI, en su carta encíclica sobre la esperanza, Spe Salvi, escribió algo que viene al caso, al explicar por qué nunca podemos decir que ya hemos logrado arreglar los problemas del mundo, y más aun cuán peligroso es pretender que están arreglados: “La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada –buena– condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas” (#24). No es cuestión de pretender que hay “algo” por hacer que solucione los problemas, sino de seguir esforzándonos siempre, abiertos a la esperanza que Dios puede, lo que nosotros solos no podemos.

Es el Evangelio de este domingo (Juan 14, 1-12) que nos muestra cuál es el camino de seguir: Jesús: “Camino, verdad y vida”. Si queremos de verdad seguir su camino, responder siempre a su verdad y vivir su vida, lo que más falta nos hace es estar siempre unidos a Él. Nos hace falta reconocer que al verlo a Él (en su Palabra, en la Eucaristía y los demás sacramentos, en los miembros – tan diversos – de la Iglesia) estamos viendo al Padre.

El Papa Francisco va a Tierra Santa del 24 al 26 de mayo, como un gesto de unidad, buscando la reconciliación con los cristianos ortodoxos. Se reunirá en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I. En este encuentro se comprometerán a seguir juntos a Jesús. Si cada uno de nosotros vive cada día más unido a Jesús, “camino, verdad y vida”, nos iremos acercando más y más a la meta, porque estaremos unidos con Él y en Él. Como rezamos en la Tercera Plegaria Eucarística, pidámosle al Padre celestial: “fortalecidos por el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo Espíritu”.

Pasaje sugerido de la Palabra de Dios – Juan 14, 6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí”.

Jesús es el camino  que nos lleva hacia la unidad